domingo, 20 de abril de 2008

¡ los inmorales nos han igualado!


Existen hombres cuya misión en el mundo parece ser destruir tu fe en la vida. Individuos peores que tu peor pesadilla. Tipos a los que da vergüenza considerar humanos.
Hay hombres que no vacilarían en meterte un tiro en la cabeza mientras te susurran al oído que “no es nada personal”.
Hombres que usan lo de todos como si fuera propio. Y le hacen pagar a los demás por aquello a lo que tienen derecho.
Hombres que explotan a otros hombres hasta la esclavitud y luego mendigan el favor de los votantes alegando que dieron trabajo a miles.
Hay hombres que podrían matar y violar a toda tu familia, hijos, madre, esposa, sin una sombra de remordimiento, sin que una emoción les arañe la piel. Y hay hombres que los dejarían en libertad después de firmar media docena de papeles grises.
Hombres para los cuales nada es sagrado cuando de comerciar se trata: armas, drogas, tierras, sangre, esperanza, bebes, órganos, hambre, dolor, ideas… en el fondo se lamentan porque cuando vendieron su alma no supieron sacar un buen precio.
Mi madre me decía que había hombres así. Yo no lo creía.
Hay hombres que se sienten seguros y valientes en la masa. Por eso las masas son tan peligrosas, porque están compuestas de hombres que solos no valen nada.
Hay hombres capaces de arruinar la reputación de un justo par elevar la suya, de mentir y difamar para satisfacer su orgullo y esconder su mediocridad: ¡semillas de injuria, anegadas por el odio, que emponzoñan la tierra y el aire que las rodea contagiando su peste!
Hay hombres que piensan que el mundo fue hecho para andar vestido de etiqueta. Y jamás se formaran de vos una buena opinión si no usas la ropa adecuada o el adjetivo oportuno. Son los que necesitan gorilas en la puerta de sus paraísos privados para evitar que los del montón se les cuelen en la fiesta.
Hombres de labia todopoderosa, cuya habilidad consiste en convencerte de que robar no es pecado, que sacar ventaja esta bien visto, que hacer trampa es legal, que aceptar sobornos es lo corriente. Porque el vivo vive del zonzo, y el zonzo siempre paga sus deudas.
Hay hombres que tienen la presencia de ánimo de colocar bombas formidables en lugares atestados de inocentes y mientras contemplan los resultados en el noticiero se liberan de todo escrúpulo diciéndose “¡fue por la causa!”. Están los otros, los que tienen el poder de apretar un botón y borrar del mapa un pueblo entero, para más tarde decir sin rubor que “¡fue por razones de estado!”
Mi padre me advirtió de estos individuos. Yo no quería darme cuenta
Hay hombres capaces de golpear, vender, humillar o enviar a la guerra a sus propios hijos y proclamar a voz en cuello que es por su bien.
Hombres que se acomodan para siempre una idea como quien viste un hábito, y no consienten ninguna otra manera de vivir la realidad. Y otros que adaptan su hábito a cualquier idea movidos por intereses inconfesables. Nunca se ha establecido cual de las dos especies es peor.
Hombres que harían cualquier cosa por cumplir sus designios. Y también hombres que no perdonan ni olvidan la más mínima afrenta y cada minuto repasan el inventario de sus venganzas con las mandíbulas acalambradas de tanto apretar los dientes. Hombres a quienes la caridad los ofende y esperan el momento de morder la mano que se les tendió mientras revuelven en la boca el veneno de su saliva.
Se cuentan por millones –en fin- los trasnochados, pederastas, torturadores, chantajistas, usureros, violadores, autoritarios, perversos, recalcitrantes, traidores, violentos, negreros y homicidas que se abstienen sistemáticamente de echar mano al último rescoldo de redención que les queda en el fondo del alma.
Hay hombres así, y por eso solo queda rezar.
Rezar por poder contemplarse en el espejo y no vislumbrar enseguida el monstruo debajo de la mascara de piel; por tener el valor de mirarlo fijo a los ojos por mas de quince segundos.
Rezar porque el horror no te supere.
Y rezar todavía un poco más por no convertirse en juez inflexible de los actos ajenos. Por que aquel a quien le estés rezando te conceda la gracia de resistir sin soberbia todas las pruebas.
Bienaventurados los hombres de buena voluntad, porque su atrevimiento es titánico.


Editorial Madhouse nº 59

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